Obra del tiempo en la piel, que se hace gesto lento y preciso.
Y ese amable descreer de la noche y el alba,
y ser por fin sólo tierra y mediodía.
Haber aprendido a habitar la casa propia, cada vez más pura y vacía.
Hacer un surco silencioso de cada movimiento,
una marca y temblor en la frente, sin que nada se mueva en el aire.
Dar sólo pasos del centro al centro.
Y tener en los ojos todo el espacio,
y llegar así a cada cosa con la suave perfección de la muerte,
que termina la obra y la sanciona.
Después , ligero en la tarde , pasear y dar nombre
al niño que aguarda bajo los caminos y cielos que siempre fueron nuestros.
Sólo silencio, sólo nombre. Sólo presencia, sólo piel.
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