Se ha hecho un silencio blanco en todos los ojos.
Todas las paredes y todos los papeles estallan bajo el peso vacío de cien mil signos, que gritan todas nuestras traiciones, todos nuestros pactos.
Y entonces, justo antes de la náusea, el jefe indio, -so polite- , me invita a bailar un waltz en su tipi.
“Tatoo your I.D.” - me dice, mientras me recuerda cómo me dolía la primera vez, cuando la luz, como una navaja de piedra, grabó mi figura en mi frente de niño.
¿Siempre es así?, quiero decir, siempre beso tu nuca en lugar de tu vientre, tu sombra dura más que tu voz, mis gestos son en el aire lo que intentaban ser en la piel.
Es entonces cuando viene - roja, azul, amarilla -, la tentación del silencio, pecho cálido de mujer que promete más de lo necesario, y sostiene que él es la noche, y el punto final, mendaz como un pecho de mujer, y siempre ligero y distraído.
Y es así que me he prohibido andar, y busco al miedo en el miedo, asombrado de mi propia arrogancia, con toda la fe puesta en el gris, en la exactitud del frío.
Si pudiera recordar mi muerte.
Si pudiera recordar mi rostro.
Bésame, y escupe los dientes. Dame tus ropas y esconde tus sueños.
Escribe, escribe, escribe.
Y bebe en tu cáliz la sangre que no quisimos derramar, la frase que es más larga que los huesos, la invitación que seduce más que la mentira.