El tiempo se nos acaba, y desaparecen los días que iban a ser, las promesas que hoy son apenas humo y la gloria que nos acechaba... y esta distancia sorda que todo lo cubre.
-Despierta, quiero que me digas por qué tienes los huesos de hierro y rechinas al hablar.
-No sé, ya no recuerdo los pasos exactos.
-Te los recordaré: Juego. Experiencia. Plan.
- ¿Y luego?
- Has de poner frente a tí tu colección de ojos, todos los ojos cuyo color recuerdes, busca, en ellos está tu nombre.
Pero el esperma, el aliento y la sangre conspiran contra el tiempo, y te empujan desde atrás, y entonces la escalera se acaba.
-¿Eso es un pensamiento? No vas bien. Nada bien.
Hay crujidos que se recuerdan siempre.
Hay pasos que ni siquiera dejan sombra en la arena.
-Reconoce que tienes miedo a morir, a no ser nada sobre el papel, nada en los labios de nadie, nada ahogada en una lengua desconocida.
- ¿ No podré llevar nada puesto?
-Sólo tu colección de ojos.
Lentamente fue recorriendo con la mano todo su cuerpo, haciéndolo surgir despacio, y sonrió.
Sí, tenía los huesos de hierro y rechinaba al hablar, y además treinta monedas en su cartera, pero recordó al fin.
Entonces desconectaron la máquina.
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miércoles, 4 de junio de 2008
Conversación en la sombra
Etiquetas:
Poesía
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