Malditos sean los cielos helados y mudos, cerrados a todos los gritos y a todas las lágrimas.
Malditos sean los Dioses y todos sus tronos, que nos arrancan los ojos y la voz y sólo nos dejan un lento dolor sin fin y sin respuesta.
Maldita sea la tierra y su vientre de piedra insaciable.
Malditos sean los días iguales que nunca acaban y que sólo nos muestran el vacío sobre el que hemos caído.
Malditos sean todos los nombres que tus manos me mostraron y que ruedan hoy cubiertos de sangre en manos extrañas.
Malditos, Malditos, Malditos.
Y que caigan como puños cerrados sobre todos vosotros nuestro llanto insomne e inacabable, nuestra angustia ilimitada y todas nuestras cicatrices, a los que que no contestais, no dais consuelo, no justificais y no amparais.
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