¿Me querías conocer, hijo del hombre?
Aquí estoy, desnuda para ti, con toda mi piel cubierta de cristales rotos llenos de nombres de nadie por ambos lados.
También es mío, cómo no, el lento arar en tu vientre a cuchillo con el que cuentas las horas y los días, los pulsos de esa danza sin música que arrastras por no ver.
Y yo te habría perdonado si no hubieras tenido hijos.
Te habría mostrado como a todos un espejismo con tu rostro, una lluvia de cálida compasión, botellas rotas, amaneceres y llantos de papel.
Pero a ti no, pues ahora eres padre piedra, seco y quebrado. Sólo puedo aspirar a destrozarte sin la esperanza ni el consuelo de ver una sola lágrima tuya, eres desierto perfecto para mí, miserable amurallado, amurallado con todos esos pequeños huesos que imponen vida, tiempo y carne y con los que te has tatuado la frente, y así ni nada tengo para ti.
Pero cuando los pequeños huesecillos extiendan su mano y pidan su vida, su tiempo y su carne, los tuyos estarán vacíos, así que sonríe, sin duda tenemos una historia tú y yo.
Yo soy tu banquero quebrado, sentado en la sombra donde sólo puedes ver mi mano sin mancha, y la Letra que te extiendo con la cifra exacta de tus días, tu ruleta completa y el resguardo del guardarropa. No olvides tu abrigo y cierra la puerta al salir.
Así que ahora dime, si tú gritases, ¿quién te oiría en los órdenes angélicos, donde nada saben de vencimientos, ni cúanto pesa una libra de carne de tu carne, ni lo que cuesta crucificaros cumplidamente a vosotros y vuestros pequeños huesecillos?
Pero nos vamos cansando ¿no es verdad?
Y ahora ya sabes que no puedes escapar por la puerta sin número, también eso era mi pequeño juego de espejos.
Y yo sé que no puedo partirte, te has hecho tan duro como el polvo en el cual, juntos, hemos convertido todas las palabras.
Queda en el aire un enigma, una cuenta sin cuadrar…tus pequeños huesecillos, ellos sí lloran y gritan, bailan y sonríen, y charlan a todas horas pidiendo hojas y más hojas donde escribir y sellar su historia.
Pero no me preocupan, hijo del hombre. Tú ya estás en el umbral cerrado, fijado para siempre, y yo te puedo arar el vientre con mi cuchillo en todos los instantes.
Bésame, no puedes tenerme pero nunca morirás, maldito.
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